La muerte del guardián

Antonella Torti

En Enero del 2019 mi abuelo fue diagnosticado con cáncer al pulmón. Le dieron de 3 meses a 1 año de vida. Yo vivía con él… con él y mi abuela, ¡ah! y mi papá, que siempre va y viene. Enero fue desastroso, un verano asfixiante entre hospitales, exámenes y doctores. El sol que nos hacía transpirar muchísimo y sentir las emociones evaporadas. Su proceso fue rápido, día a día se veía lo mal que se ponía y mi abuela en un proceso desconocido, etérea, elevada, silenciosa. Mi abuelo le subía cada día un poco más la potencia al tanque de oxígeno, decía que estaba malo, que no funcionaba, él seguía fumando. Todos sabíamos que él estaba apresurando su muerte, su regreso, su vida. Nos reunió a todos, dijo que si no podía cantar más no valía la pena seguir intentándolo. Él fue mi papá, mi pilar, todo lo mantenía él. Comencé con una extraña sensación en la casa. De alguna manera quería fotografiarlo a él, disparé un par de fotos sin que le incomodara… Él me conoce con cámara en la cara, pero sólo le hice un par de fotos. Aunque la casa… la casa había cambiado, ya no era igual. Fotografíe la casa por todos lados, por todos los rincones y recovecos. Se sentía la muerte en el aire, se sentía la ausencia en cada mueble y en cada foto enmarcada… siendo que mi abuelo aún estaba ahí. Fotografíe su estanque, su silla, sus cuadros, nuestras fotos, la mesa, la comida, sus remedios hasta el día que murió. Luego seguí fotografiando la casa, las ausencias de personas se sienten en todos los objetos. O más bien, las presencias se van de todos los objetos, de todas las superficies. Seguí fotografiando a mi abuela, sola en nuestra casa… ahora éramos las dos. La casa ya no era la de antes. Nos fuimos al mes.

Antonella Torti